miércoles, 13 de febrero de 2008

Ciudad de ensueño

La mañana de verano despuntaba al alba cegadores destellos de luz. Ninguno de los dos había podido dormir muy bien en la emocionante agitación y espera de aquel día, cada uno dando vueltas y vueltas en su cama y pensando en el otro.
Cuando al fin llegó. Se vieron donde quedaron, puntuales como uno solo, y tomaron rumbo a la estación. El camino de ida fue hermoso, sólo conversación, miradas y sueños clandestinos. Se hizo corto, demasiado corto.
Paseaban por aquellas calles desconocidas para ella cuando ocurrió, primer paso, las manos se entrelazaron como por arte de magia. Apasionantes vibraciones discurrían por ambos pechos. Y así siguieron mucho tiempo, todo el rato necesario como para que en cuanto él tuvo la oportunidad rodeara el cuerpo de ella por detrás con sus brazos, protegiéndola, queriéndola en silencio. Miraban libros así, abrazados, con besos furtivos que se escapaban hacia el cuello y las mejillas, besos dulces y delicados, más estremecedores que cualquier otro tipo de caricia.
El destino definitivo sería el parque. Aquel banco donde ella se tumbó juguetonamente esperando que él pusiera su rodilla para apoyar la cabeza, como efectivamente ocurrió, para cerrar los ojos y dejar que él la recorriera con la mirada a su antojo. Lo que no se esperaba es que le dijera: "estás para comerte". Nueva sacudida interior... Preciosa.
Finalmente, el césped y ellos cumplieron con lo esperado. Los deseos eran ya tempestades en vez de sentimientos, no se podían controlar ni evitar, provocaban un agradable vértigo que no duraría mucho más.
Los cuerpos se fueron aproximando, las posturas cambiando de forma que se acercaran cada vez más. Ella se extendió a lo largo del tronco de él y levantó la cabeza un poco para dejarse llevar por su mano... Y conectaron por fin.
Se besaron, se besaron durante minutos y minutos, no volvieron hablar hasta mucho después, sólo querían rozarse y mordisquearse los labios una y otra vez, compartir los anhelos, soltar las pasiones, mirarse y seguir besándose.
Para siempre.

Te quiero, Ale.

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