sábado, 16 de agosto de 2008

Si algo hay que aprender en esta vida es simplemente a tomarse las cosas con calma y cada una a su tiempo. Nada de temores estúpidos hacia el futuro ni inseguridades. Tranquilidad. Gracias.

Ayer hablamos en familia sobre la sensación relajante que produce ver el azul del mar... cuando mi hermano dijo que se sentía mejor contemplando el verde.

A mí, personalmente, más que mirar un color u otro, me despeja bastante mirar el cielo estrellado de noche y escuchar las olas. Puntos blancos luminosos sobre un negro infinito. Y si se ven estrellas fugaces, más bonito todavía.

Me siento obligada a hacer mención de la lluvia de estrellas que disfrutamos hace unos cuatro días. Una noche magnífica. Había que estar pendiente, pues pasaban de vez en cuando y desde puntos y en direcciones inesperados. Básicamente fue una agradable reunión de amigos. Rememoración de una vieja amistad algo perdida y rato precioso tirada en la arena en compañía de mi ángel particular. Una de esas sencillas situaciones que le dan color al verano. Y a la vida.

jueves, 14 de agosto de 2008

Relato de un día de ensueño

Érase un 23 de julio, un verano caluroso y una enamorada pareja cogida de la mano que se dirige a las puertas de Isla Mágica, parque de atracciones de Sevilla, un pequeño mundo repleto de movimiento que todo el mundo ha de conocer alguna vez en la vida.

La cola se les hizo corta. Llegaron a la taquilla y... ¡sorpresa!: el carnet joven les hacía un descuento inesperado de 7 euros, con lo que la mañana, las 11:30 concretamente, empezaba redonda.

Entraron un poco perdidos al principio y comenzaron a recorrer el terreno. No hubo atracción en la que no se montaran, a excepción de un par de ellas especialmente mareantes. Cabe destacar el Iguazú, por el que se tiraron unas cuatro veces. También el Jaguar que, por un momento, puso en juego el estómado de la chica, pero en un par de rodeos tranquilos se le pasó el mareo.

La hora de comer fue recibida con ansia. Normal, no paraban de patearse el terreno. Agua, velocidad y una cantidad de gente respetable los acompañó durante todo el día pero ellos se sentían sobradamente completos, alegres, contentos el uno con el otro, sin nadie más. Se encontraban de lujo, vamos.

Para la digestión no convenía arriesgar mucho el cuerpo a emociones fuertes así que procedieron a meterse en el cine. Dos sesiones: una digital en un cine normal y corriente, en la que se nos ofrecía el recorrido de un gato por una casa embrujada (con sus correspondientes asientos que se agitaban y sus cablecillos a la altura de las piernas para provocar la sensación del tacto de las ratas y tal); y la otra en la sala de pantalla panorámica que mostraba un vertiginoso trayecto en carreta a gran velocidad (también con asientos movibles, lógicamente).

19:30 de la tarde aproximadamente: empieza la función, literalmente. Un gracioso bufón y cinco acróbatas exponen sus habilidades. Dos mujeres colgadas de unas cortinas componen una especie de coreografía. Una tercera mujer asciende y desciende por una escalera portando solo con su nariz un par de espadas. Finalmente, dos hombres exhiben sus saltos mortales sobre sendas cuertas suspendidas a algunos metros de altura. Una preciosa media hora.

Lo mejor, sin duda, fue el fin de la velada: otro espectáculo, esta vez en el lago. Impresionante es poco para describirla. Imágenes proyectadas sobre el agua y fuego, una bocanada que incendió los rostros de todos los espectadores, quienes notaron el calor brutalmente. Todo acabó con los ojos brillantes de satisfacción.

Lo que empezó a las 11:30 de la mañana acabó a las 23:00 de la noche.

Uno de los mejores días de sus vidas, sin duda.