martes, 10 de marzo de 2009

Profesión de locos versus vida normal


Título:
Primera Plana


(Crítica cinematográfica, contiene spoilers)

Año: 1974

Director: Billy Wilder

Actores principales: Jack Lemon (Hildy Johnson), Walter Matthau (Walter Burns), Austin Pendleton (Earl Williams)

Actores secundarios: Carol Burnett (Mollie Malloy), Susan Sarandon (Peggy Grant), David Wayne (Besinger), Vincent Gardenia (sheriff Peter B. Hartman), Martin Gabel (Dr. Eggelhofer), Doro Morande (Jennie), Jon Korkes (Rudy Keppler), Harold Gould (alcalde), Paul Benedict (Plunkett)

Género: comedia

Producción: Universal Films

Música: Billy May

Lugar: Chicago

Línea temporal: años 20

Duración: 100 minutos

Primera Plana es una obra del año 1974 caracterizada por el género de la comedia. Se podría calificar como una tragicomedia, ya que el tema del que trata es dramático, pero Billy Wilder se ha encargado de hacer que esta trama englobada en el mundo periodístico abriera paso a una divertida película.

Luces, cámara y acción se enfrentan con toda vitalidad a lo largo del filme. La música acelerada, las perspectivas visuales y los complejos escenarios van pasando ante los ojos de los espectadores con un orden y una calidad incuestionables. Con una ficticia sala de prensa como principal entorno, las expresiones de los personajes han sido captadas en el momento y lugar precisos. Y cómo no, unos platós perfectamente ambientados a la hora de aclarar que se trata de la ajetreada vida periodística, con la dicha sala de prensa y la sala de redacción ocupando lugares destacados en los 100 minutos de la historia.

La más preciada joya de Primera Plana se la lleva sin duda el magnífico y espontáneo diálogo que se establece entre unos personajes y otros, haciendo reír y pensar a la audiencia. Hasta el taxista se hace notar con su melancólica frase resignada al responder a la señorita Grant sobre su espera: ¿Por qué iba a importarme? La noche es joven, huele a orquídeas, el taxímetro corre… (y acto seguido, subida del taxímetro).
A pesar de tratarse de un lenguaje específicamente periodístico, se emplean términos asequibles a todo oyente. Incluso se asemeja en mayor medida a la profunda interpretación propia del teatro más que a la puesta en escena cinematográfica de los actores. Se nota que es una buena película de los setenta.

Walter Burns, carismático sujeto, y Hildy Johnson, con su buen talante y profesionalidad, ofrecen a la gran pantalla un auténtico debate sobre la hipocresía de los periódicos que buscan aumentar la tirada a costa del más puro sensacionalismo. Pocos minutos hay que comenzar a ver para llegar a la escena en la que Burns ha de elegir entre varios titulares y, al no gustarle ninguno, empieza con total sangre fría a sugerir hipotéticos y alarmantes títulos para llamar la atención (Todos son una birria. Lo malo es que no se le puede sacar mucho partido a la horca. Si por lo menos tuviéramos silla eléctrica: “Williams en alta tensión”, “Williams se fríe”, “Williams, asado”).

La importancia de la tirada es determinante para Walter Burns, quien quiere mantener a su lado a Hildy Johnson fuera como fuese. Primero, intenta retenerle diciéndole todo lo que hizo por él: le recogió cuando no era más que “un simple gacetillero de notas de sociedad” (clara ilustración del comienzo de todo periodista, puesto que nadie empieza a trabajar por lo alto; otro ejemplo es Rudy Keppler, que antes de llegar a la sala de prensa también hacía notas de sociedad y algún que otro suceso) y le enseñó todo lo que sabía hasta convertirle en el mejor periodista del país. Después, pasa a hacerle toda clase de jugarretas para impedir su marcha, tales como decirle a la futura esposa que es un enfermo, pagar a una familia para que se haga pasar por su mujer e hijos abandonados y, finalmente regalarle su reloj planeando declararle como ladrón para que lo devolvieran del tren a la ciudad, una canallada digna de un personaje al que no le importa en absoluto los medios sino el fin para conseguir sus objetivos.

No obstante, Hildy no quiere quedarse, no quiere acabar como todos aquellos “pobres diablos”, “corrigiendo pruebas encorvados, con el pelo blanco, sin vista apenas y mandando pitillos a los empleados”, una visión realmente triste del trabajo del periodista. Sin embargo, a lo largo de Primera Plana se verá la pasión que guarda en su interior por la investigación y la redacción de un bombazo de noticia como debía ser la suya, en la que exageraba sobremanera el curso de los acontecimientos con el uso de mucha adjetivación y tremendismo.

Finalmente y pasando al montaje, excelente. En varias ocasiones, se suceden imágenes de no más de tres segundos de duración entre las que interactúan los hechos obligando al público a prestar atención. Hay una secuencia en especial en la que, además de dar cuenta del poderoso manejo del montaje, se pone de manifiesto la falsedad y la manipulación de la información que llevan a cabo los periodistas de El Examiner. Se sitúa al final de la película, cuando un hombre da la noticia tal y como es (Han capturado a Williams en la sala de prensa, estaba escondido en un escritorio), seguido por otros dos que sorprendentemente ofrecen, cada cual, una versión exagerada y amarillista de lo ocurrido (Se ha resistido como un jabato pero los guardianes lo han dominado; y Quiso defenderse a tiros pero se le encasquilló el revólver) y finalmente, para rematar la faena, un cuarto periodista añade un dato falso (Le traicionó su amante, que luego arrepentida intentó suicidarse).

En resumidas cuentas, una pequeña obra de arte americana que ha logrado sus objetivos como película crítica y humorística.

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