viernes, 25 de enero de 2008

Relato al estilo de 13,99 (de Fréderic Beigbeder)

No me apetecía nada ir a aquella cena, con todo Dios emperifollado y más retocado que la foto de un cani con photoshop.
Me encontraba muy cómoda en mi habitación como para tener ganas de comer medias noches enanas y trocitos de jamón junto a la sarta de hipócritas superficiales que me rodearía.
Sí, me costaba admitirlo pero es muy probable que me importara la apariencia que yo iba a dar. Como si no fueran a estar todos igual de encantadores. Total, ninguno te pondría a parir en tus narices. Pensándolo bien, ni aunque llevaras su mismo pelo, vestido, zapatos, medias, pantorrillas al aire y escote aceptable, dejarían de mirarte de arriba a abajo con el rabillo del ojo para despotricar contra ti en cuanto te dieras la vuelta.
Qué coño, ¿me iba a quedar sin cenar por culpa de aquella falsa masa de pijos sin ley? Ni hablar.
Después de cambiar cuatro veces de opinión sobre si ir o no, aparecí por fin. Efectivamente: trajes y maquillaje por un tubo. No importa. Sólo con ver un par de personas vestidas tan normal pensé: "eso es, tú eres de mi clan y me encanta que se tengas los huevos de comparecer tan feliz ante la patética alta sociedad".
Recorrí las mesas tranquilamente, como quien piensa en qué coger de comer cuando en realidad buscaba con quién juntarme. Vaya mierda de platitos, con el buen filete que me había tomado la noche anterior y ahora no había más que tapitas de tres centímetros de diámetro cada cosa.
Voilá! Me topé con mi amiga Lorena, que con tres cervezas ya iba lista. Debería empezar a cogerle gusto pero no puedo con esa bebida amargosa que a nadie le agrada en el primer trago. A mí ni en el décimo.
Lorena bailaba, saludaba y se metía en medio de las cámaras de grupos de 15 tíos. Yo la seguía como podía, también hablaba con otras pocas personas normales y corrientes y me hacía furtivamente con aperitivos para no devorar a ningún señorito de tantos con que me rozaba.
Esta chica me transmitía su alegría. Nos emocionamos a la velocidad de la luz ante la perspectiva de incluso ir a la fiesta de aquella noche. ¿En qué estaba pensando? ¿Tan amargada y desesperada había estado últimamente como para querer estar más tiempo junto a tal chusma y joder el exámen del día siguiente cuando podría ir el fin de semana a Malasaña?
"Tía, que me encuentro regular, no sé si ir a la fiesta", llamada milagrosa de Lorena a mi habitación. Dios, o en su defecto el estado alcohólico de mi amiga (o quizá al revés porque Dios no me da mucha confianza, no sé por qué), me había dado la respuesta sin tener que hacer nada.
En fin, conversación hasta la 1 de la mañana sobre la gente y el mundo, temas medianamente trascendentales que me hacen disfrutar casi tanto como un polvo... Bueno, depende de con quién, claro. O del sitio. O... da igual. El caso es que no hacía falta recurrir a la primera juerga que se presentara para alejarme de la monotonía y de la puñetera rutina a la que nadie se adapta, y mira que es la que más compañía nos hace a lo largo de la vida, manda huevos con el inconformismo de los cojones.
Una noche para recordar... Y una mañana para olvidar, vaya sueño y vaya mierda de nota saqué para lo que me esperaba. Pero, ¿qué más da? Si al fin y al cabo lo que cuenta es sobrevivir, que ya tiene mérito, y disfrutar de lo que puedas y te dejen. Que les den a todas esas máscaras de rímel; nosotros, los anti-masas repelentes, dominaremos el mundo algún día. Entonces, verán.

(Actividad de exámen de publicidad)

No hay comentarios: